Si le da pereza leer: mire -----------------------------
No me acuerdo bien si fue Abraham Lincoln quien dijo que uno no puede engañar a toda la gente todo el tiempo. No me acuerdo bien, como no me acuerdo de muchas cosas, es que es mejor olvidar de tajo muchas cosas, muchos datos superfluos o mi cabeza sería un enorme recipiente de basura. Lo cierto de todo esto es que me encantan las incertidumbres y adoro poder andar desnudo por una casa amplia, dejando que mis testículos fermenten las futuras generaciones. Soy peor que la canción de Nicola Di Bari, con más fracasos encima, con menos sueños cumplidos y con la mirada perdida en tus ojos desconfiados. Algunos dirán que soy digno de algún tipo de confianza pero están locos, nunca me han visto ebrio tratando de amarrar dos estrellas con el cordón de mis botas Brahama. Mi madre soñaba con que sería un tipo importante, tal vez por eso me golpeaba con pocillo de metal mientras me empecinaba en leer a Neruda a cambio de un versículo soso que pregonaba la felicidad eterna. Mi padre sólo fue un esperma desubicado, nada más, para mi fortuna.
Tú dirás que poseo muchos complejos que no me dejan progresar, pero eso y todo lo demás me importa un bledo, una mierda, un tris de la vida. He sido feliz sin nada, caminando la ciudad con un cigarrillo en la mano y nada en el corazón, pero también he sido feliz en muchos banquetes en mi honor. La felicidad es una falacia, por lo tanto he sido falaz algunas veces. La verdad en lo único que he sido sincero es en tu cuerpo, cuando mis manos penetraban tus pantis y te acalorabas bajo el trópico de la noche, o cuando tus senos puntiagudos atravesaban mi pecho y entendía por un instante el veneno del deseo. En eso he sido sincero, pero tú te empecinaste en hacerme creer en mi fracaso, en mi bizarra melancolía, en mis duendes creadores. Potenciaste el dolor en mis costados y ahora te aterra el tumulto de mis dudas, la sangre en mis entrañas. Soy un simple hombre para quien una guitarra es más importante que un ministerio y un libro de poemas más letal que cientos de militares. No temo, hace tiempo enfrenté la muerte y ella decidió huir por algún tiempo, debía madurar para visitarme, por eso soy insobornable, porque mi ateísmo en el hombre y mi humanismo en Dios son coartadas perfectas. Sin miedo a la muerte un hombre puede gritar que es libre, las demás teorías son argucias.
Y si querías un esclavo adquiriste el maniquí menos indicado. Para poder gobernar se requieren lacayos y mi amor por ti es rebeldía, furia, golpe de puño cerrado, deseo reconcentrado en la idea de libertad. Mis besos no pretenden tu boca sino tu libertad. Mis manos acarician en ti los recovecos de mi lucha, no te amo para saciar mi piel, sino para dejarla más hambrienta, más deseosa de ti en los viernes por la noche, mientras una guitarra se destempla en la progresividad de la madrugada. He sido tuyo de una manera que aterra, jamás creí capaz de tal vituperio, pero así aposté y en la mayor parte de la veces gané en tus brazos, cansado y sudoroso, pensando que serías el personaje central de la opera prima de mi vida.
Entonces no entiendo por qué ahora sales pregonando que soy un tipo de poca monta ¿tardaste tanto tiempo en darte cuenta que en lo único que me asemejo a un príncipe azul es en lo iluso? Puedo gastar mis últimos migajas de amor alimentando las pirañas de los parques y dejar tu nombre tatuado en mis testículos, puedo embriagarme con el sudor de tu espalda y luego ahorcarme con tu sujetador, puedo elaborar una pócima secreta con el olor de tu sexo, con el sabor de tus calzones rotos que guardo en mi maleta de mano, con el líquido amarillento de tus orgasmos más elevados. Pero decido dejarte ir, así sin más, sin dolor, sin miedo a la pérdida, sin ahogos de melancolía, sin canciones, sin gritos. Abro tu puerta, te ayudo a empacar esas faldas transparentes que dejaban ver tu bosque en las madrugadas ebrias, te doy una palmada en esas dos enormes nalgas que no pondré nunca más de cabecera, te meto la mano entre las piernas para sentir el calor sofocante de mis días que se marchan encima de tu piernas que tantas veces se abrieron para recibir mi montículo de acero. Te miro de frente para que no exclames nada, para que guardes tus palabras, tus quejidos de amor, tus sonrisas opiáceas, tus frases letales.
Sé que te vas odiándome y ese es mi triunfo. Nada queda en mi inventario de orgullos, lo pierdo de manera lenta, a la velocidad de tus pasos mientras traspasas la verja y el taxi te espera. Escucho la canción y su golpeteo en mi cabeza, la canción de la primera noche cuando te mordí los labios con sabor a ron cubano, a lactancia adulta, a fuego. La misma canción de tu primer gemido, la melodía que penetró tu rendija de mujer, que luego desembocó en la noche y tus rasguños en mi espalda. La misma canción suena hoy mientras a través de la puerta entrecerrada veo por última vez tus muslos que se levantan tras la falda al abordar el lugar en ese vehiculo que te llevará a otra habitación distante de mis fiebres montunas.
Es como te dije al principio, uno no puede engañar a nadie todo el tiempo, y tú no quieres mi libertad, tú deseas un amo y un esclavo para tus días y mi libertad no puede dormir en la puerta y mi cuerpo en tu cama. Es mejor así, que te vayas odiando para que no tengas excusas de volver, aunque sepa que por el olor que has dejado entre las sábanas no podré controlar la furia de mis erecciones.