viernes, mayo 12, 2006

CELULARES, ARTEFACTOS Y GLOBALIZACIÓN




Timbro, timbro, timbro, luego existo.....

Yo quisiera ser civilizado
Como los animales.
Roberto Carlos “El cantante”

En un articulo que inicialmente se publicó en el Herald Tribune (un poco antiguo, es del 2001 y ahora todo envejece más aprisa por verbigracia del pretendido postmodernismo), Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, plantea diez hipótesis sobre la globalización[1]. No pienso comentarlas todas aquí, sólo quiero recordar la primera de ellas en donde el autor pone en evidencia que las protestas contra la globalización poseen un problema antitético enorme, las mismas son una muestra misma del fenómeno globalizante. Dice Sen: “Los así llamados enemigos de la globalización no pueden estar, en general, contra ella, ya que sus protestas se cuentan entre los fenómenos más globalizados del mundo contemporáneo”[2]

Partiendo de esta tesis, válida o no, quiero dejar algunas cosas en claro:

1. Aunque quisiera, no me puedo declarar enemigo de la globalización porque aún no tengo suficientes elementos de juicio para ello. Por ejemplo, nunca he viajado por el mundo para constatar su impacto en otros contextos. De igual manera, aún siento algún tipo de goce al ver ciertos rasgos de colombianidad en otros lugares del mundo, así sea una simple bandera tricolor en un Concierto en Rio, o la imagen de Juan Valdés en las calles de Nueva York. Como pueden ver no estoy libre de pecado.

2. Estoy en descuerdo en muchos tópicos de la globalización, eso si lo puedo asegurar tajantemente, como la homogenización cultural y el reduccionismo ideológico a un mundo de la mercado-dependencia.

3. La presente reflexión no es banal, al menos para mí.

ANÉCDOTA INAUGURAL

Durante los dos últimos años he presenciado, a veces estupefacto y a veces indiferente, como la mayoría de mis amigos se obsesionaron con el mundo de los celulares. Todo empezó con una oleada promocional por parte de las empresas que detectaron el mercado potencial, y ofrecieron a precios irrisorios la nueva tecnología. Hay que aclarar que los precios parecían irrisorios, sobre todo para aquellos que los habían adquirido a precios exorbitantes apenas unos años atrás, cuando tener un celular no era sinónimo de estar IN, sino de estatus social. Los primeros conocidos que tuvieron celular fueron aquellos capaces de pagar por él, (y uno que otro chicanero) y de esa manera la nueva tecnología de la comunicación fue descendiendo por la pirámide de ingresos hasta pretender alcanzar el primer nivel; por eso se empezaron ha ofrecer a esos precios módicos, es una estrategia de mercado tan antigua como la ignorancia misma, hay que hacerle creer al cliente que se le está regalando el producto.

Veo una contradicción desde el punto de vista del consumidor: al principio de adquirieron celulares «nada que ver», aparatos de gran tamaño, incómodos de llevar y que parecían intercomunicadores de capataz. Luego llegaron unos mejores, y así sucesivamente, hasta las miniaturas computarizadas que se nos ofrecen hoy los cuales sirven como cámaras fotográficas, agendas electrónicas, etc, ¡ah!, además sirven para llamar. Los primeros se compraron ha precios altos y los últimos a precios más cómodos, pero existe una verdad: cuando los celulares «nada que ver» llegaron al mercado colombiano, los de nueva generación ya habían inundado otros mercados, sino me creen miren telenovelas mexicanas o venezolanas de antes del 2000. Los primeros compradores fueron conejillos de indias con dinero, a alguien había que venderles esos aparatos que otros mercados rechazaron.

LA ILUSIÓN DE LOS ARTEFACTOS

Me imagino cómo fue el shock que produjo el televisor cuando apareció hace más de cincuenta años en el ámbito colombiano. Cuántos sacrificios económicos haría nuestra siempre empobrecida sociedad por obtener un televisor y poder declarar solemnemente su ingreso a la modernidad. Y en ese mundo de nuevos artefactos siempre han existido los Melquíades garcíamarquesianos que hacen su aparición en los Macondos del mundo, vendiendo las nuevas esperanzas de la ciencia, y no falta el Buendía que sacrifique sus pertenencias, o las ajenas, por acceder a tal mundo de felicidad.

Ahora hay televisores a color, veintiuna pulgadas y de las mejores marcas, hasta en los suburbios. El televisor se ha hecho más indispensable que la misma comida. Se puede aguantar hambre estoicamente frente a un televisor que trasmita el programa del momento. Retrocedo, no me considero enemigo del televisor. Punto. Me considero enemigo de las construcciones sociales que generó el televisor, o quizás se deba decir las de-construcciones sociales. ¿Quién se considera capaz de hacer levantar de su sillón a un padre de familia quien un domingo observa su partido de fútbol favorito? ¿Quién convence a un hijo que es mejor leer las Mil y Una Noches que sentarse cuatro horas a observar los comics del momento? El televisor desplazó los entramados familiares a otros lugares y se metió hasta en las alcobas, otorgándole un nuevo significado al sexo conservador, el de las alcobas.

Obviamente, el televisor trajo beneficios y aportó luces modernas a la construcción de un país menos ajeno al mundo. Descubrimos fascinados las urbes, esas que sólo les estaban permitidas visitar a la clase alta y burguesa, descubrimos el maravilloso mar y soñamos con ahogarnos en sus aguas, captamos la dimensión del mundo real, no aquel que graficábamos en los mapamundis en el bachillerato. Pero todo termino por ser un objeto de entretenimiento, sacrificando la concepción de recreación que el ser humano exige. ¿Cuántos parques solitarios esperan a los televidentes? La estupidez encontró en la televisión un buen puente para adentrarse en nuestro mundo privado y el marketing pudo por fin derribar la barrera de las puertas y fachadas de nuestras casas. El resultado es verificable. Ingrese a las casas en horario de alto raiting y levante un mapa de los programas que están viendo. Luego realice un paneo de los programas que a esa hora ofrecen los múltiples canales. Conclusión a priori: los televidentes, en su gran mayoría, estarán viendo los programas más estúpidos: (tradúzcase estúpido como aquellos que no ofrece resistencia mental)

PÉGAME UN TIMBRAZO

En la medida que más amigos tenían celular, más nos alejamos. Dos razones sustentan este desenlace. Primero me he negado a poseer uno y dos, el celular termina incomunicando. La primera razón no la voy a sustentar, la segunda sí.
Comunicarse ahora vale dinero, antes no. El contexto del mundo del celular es ecónomo- dependiente y hay una gran diferencia entre poseer un trasmisor rectangular de 10x5 cms, que en el manual de uso se presenta como artefacto de comunicación, y comunicarse realmente. La comunicación no es sólo verbal, se construye a partir de gestos, de acciones pragmáticas que determinan la intencionalidad de los interlocutores. Una ceja levantada puede expresar un sentimiento que no se puede construir verbalmente, una aproximación física puede develar nuevos sentidos semánticos a una alocución. El uso del celular supone que una simple frase, simplificada además porque el tiempo es oro, da cuenta de una acción comunicativa. Si la información que de le ofrezco al otro intercomunicante tiene un precio para mí, debo ahorrarla, mejor que gaste el otro, si quiere estar bien informado. Entonces surge el tan conocido «pégame un timbrazo»

El uso del celular está masificado, no hay remedio. He visto a recicladores sacudidos por la vibración en plena avenida, contestar: ¡alo parce! A veces me he sentado con un grupo de conocidos a conversar y cada lapso de diez minutos máximo el diálogo es entrecortado porque suenan zambas, flamencos, ruidos digestivos, sonatas deformadas por el tic de la tecnología y demás formas de timbres que hacen sentir IN a sus poseedores. Un amigo muy cercano con quien solía conversar de temas áridos como éste, ahora se sienta frente a mí, toma su celular de última generación y empieza a navegar por su nuevo mundo de amigos virtuales, números de agendas, datos interconectados, fotografías digitales, y demás sucesos interactivos del mundo del celular. De vez en cuando levanta la cabeza, como interrumpido por mi monólogo retro, la culpa no es de él, es mía, porque ya no existo.

VÉNDAME UN MINUTO

La ilusión de la comunicación inmediata se rompe en mil pedazos cuando en medio de una multitud que camina ataviada de celulares alguien pregunta: ¿quién tiene un minuto? Enseguida el ambiente se enrarece y todos miran sus artefactos sintiendo un lastimero desaliento de impotencia. Claro, las nuevas formas de comunicación son costosas, pero que pereza conversar, porque mejor no chatear. Parece que los seres humanos queremos olvidar el rostro del «otro», sólo nos interesa su conocimiento, sus pertenencias, su eslogan; y el celular se erige como el artefacto más cómodo para tal fin.

Alrededor del celular se ha creado toda una sub-industria de venta de servicios, de sitios para comprar tiempo. Véndame un minuto, es la frese más sonada en estos días. Las calles están repletas de médicos de la comunicación, quienes ya saben nuestra dolencia y tienen lista la receta. Ellos han desarrollado un olfato profundo para detectar el rostro desesperado por llamar a los amigos, a la empresa, al otro amado. Minutos, minutos, minutos, minutos, es la voz que inunda las ciudades como eco infinito de la nueva ilusión tecnológica. La globalización trae un precio para todo y la ganancia tiene que surgir a pesar de las falacias, no importa que haya que sacrificar ese suceso tan hondamente humano como lo es (¿o fue?) la conversación. El mundo necesita de formas que acerquen los datos necesarios, no importas si estás en Japón o en la Serranía del Perijá, lo importante es ubicarte, el miedo empieza cuando nadie timbra a tu teléfono móvil, cuando a pesar de tus altos recibos de cuentas de minutos gastados, nadie quiere invertir en comunicarse contigo. Pero no se preocupe, la madre ciencia y está trabajando en eso, y pronto saldrá al mercado un nuevo artefacto para almas solitarias.

Las herramientas del desarrollo no son monstruos devoradores de seres, son los seres los que se devoran unos con otros con esos artefactos. El uso del artefacto ennoblece o vilipendia al mismo. Por ahora solo me queda tomar alguna de las siguientes opciones:

1. Me quedo sin amigos.
2. Accedo a tener un artefacto incomunicador en mi bolsillo
3. O para fastidiar a Amartya Sen, me declaró enemigo acérrimo de la globalización

Posdata: Para cualquier comentario al presente devaneo, favor comunicarse a mi teléfono móvil

[1] El artículo es traducido como: Si es justa, es buena. 10 verdades sobre la globalización. Se puede leer completo en: El malpensante. Lecturas paradójicas. Ago-Sep.2001. Traducción Andrés Hoyos.
[2] Ibid. Página 54.

7 comentarios:

Arlovich dijo...

Cuando tengamos, algún día 3gsm, entonces tendremos blogs movil y videoblogs.

Cómo le quedó el ojo?

Anónimo dijo...

y usted feliz lobo digital, pero McLuhan tenia razón y es fácil comprobarlo cuando nos reunimos a tomar cervecita...o no? Jamás la tecnología debe ausentarnos, todo lo contrario, como el blog

Anónimo dijo...

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