Cual hombre lobo perdido en los suburbios de una ciudad fantasmagórica, a las tres la mañana y con el sopor de una ebriedad latente pienso que llegar a tu regazo puede ser un lenitivo. Entonces emprendo el sendero hacia tu lecho. Esquivo faroles titilantes que aún soportan el frío, resguardados en el recuerdo de un tiempo añejo. Volteo esquinas sin presentir el puñal que se blande en lo oscuro. Me abrigo con mis brazos para contrariar el inclemente helaje que hace crepitar los ventanales. En los andenes observo los desposeídos titiritando su miseria y soñando los deseos de la obtención. Ahora me siento un poco miserable, tengo más que ellos y voy errabundo deseando…
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La esquina de tu apartamento se aproxima al foco de mi mirada y tengo dudas. Miedo tal vez a encontrar aquel sillón vacío, a mirarme en el espejo y no ver tu rostro, a contar los calendarios de la ausencia y obtener el déficit de mi existencia. Tal vez vuelva a escuchar aquel LP de Sabina, el mismo que me regalaste un día después de encontrarte en la inmensa ciudad. El mismo tema que escuchamos esa madrugada, ebrios de licor y de besos, mientras te desnudaba junto al ascensor. Y luego preguntaré como Sabina: ¿Quién me ha robado el mes de abril?, y sólo el rumor de un eco quejumbrosos que se pierde en cada recoveco de la habitación me recordará que aún respiro. Tal vez sea mejor drogarme con la madrugada y dejarme morder la yugular por los vampiros de la modernidad y así olvidarme de tus calcetines, de tus toallas húmedas sobre la cabeza, de tus regaños por dejar el lavamanos cubierto de vellos, de tus dientes oliendo a deseo, de tus senos en mi espalda. En un rincón de algún callejón oscuro podría olvidarte lentamente, al ritmo pausado de los latidos de mi corazón, pero regreso al cuarto y veo la ventana abierta que retrata la ciudad, los cuadros cubiertos de un polvillo picante, los muebles desalineados como cuando llegábamos en las madrugadas de los sábados y los hacíamos testigos de las múltiples formas del sexo y el deseo.
Entonces pienso que tenía que llegar aquí, volver a sentir esa aroma penetrante de tus menstruaciones. Volver a palpar tu espalda húmeda en las tarde de agosto bajo el calor tropical. Recapturar tus susurros de “hazme tuya cien veces más”, mientras jadeante trataba de domar mi cansancio de hombre satisfecho. Tenía que retornar al vórtice, como un cuervo que regresa a sus orígenes para descubrir que es cierto, que ella ya no está, que su rastro es niebla en medio de la penumbra, que la maniaca muerte se la cargó aquella noche. Tenía que regresar aquí para entender que mi deber es ir a buscarla en su nueva morada, por eso abro la ventana y contemplo por última vez la ciudad, la calle desolada, el viento frío, el pavimento voraz que pronto me recibirá.
Agosto 24-2007
Entonces pienso que tenía que llegar aquí, volver a sentir esa aroma penetrante de tus menstruaciones. Volver a palpar tu espalda húmeda en las tarde de agosto bajo el calor tropical. Recapturar tus susurros de “hazme tuya cien veces más”, mientras jadeante trataba de domar mi cansancio de hombre satisfecho. Tenía que retornar al vórtice, como un cuervo que regresa a sus orígenes para descubrir que es cierto, que ella ya no está, que su rastro es niebla en medio de la penumbra, que la maniaca muerte se la cargó aquella noche. Tenía que regresar aquí para entender que mi deber es ir a buscarla en su nueva morada, por eso abro la ventana y contemplo por última vez la ciudad, la calle desolada, el viento frío, el pavimento voraz que pronto me recibirá.
Agosto 24-2007
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