Según datos históricos, lo que no significa verídicos, en 1954 se emitió la primera señal televisiva en Colombia y lo que procederé a contar sucedió más o menos en 1980, año más, año menos. Casi 30 años después. Vivíamos en una especie de lugar suburbano, a unos dos kilómetros de lo más parecido a un barrio propio de la ciudad y para un niño como lo era entonces, dos kilómetros son mucha distancia y la palabra ciudad un encantamiento.
No recuerdo bien cómo descubrí la magia de la televisión, pero sí mi primera impresión (alienación dirán algunos cuyo prejuicio traspasa el tiempo) Recuerdo que bien entrada la noche, por un canal nacional emitían un programa cuyo título debió ser “El cazador nocturno”. Una historia detectivesca, con crímenes sin resolver y con una detective hermosa de por medio. El problema para mí y para mi novato descubrimiento, era que el televisor más cercano se encendía allá, dos kilómetros de mi anclaje. Existían dos caminos para llegar hasta la casa de mis medios primos y así poder disfrutar las escenas nocturnas. El primero era el convencional, una carretera sin pavimentar que tenía quiebres, esquinas y curvas; el segundo un atajo por una potrero cercado en ambos extremos, con algunos relieves bien marcados y pequeños bosquecillos de arbustos espinosos. Esa era mi ruta, la más corta, el atajo.
La serie detectivesca duraba una hora y empezaba a las 10:00 PM. La complicidad de esos primos me permitía suspender la respiración durante ese tiempo y luego salir de nuevo a casa, mientras el aire frío de la noche golpeaba mi rostro. El camino de retorno era lo más ficcional de esta historia. La ruta de regreso tenía a su paso el encantamiento del miedo discursivo de aquella serie, cruzado con el miedo místico de atravesar aquel paraje deformado por las tinieblas nocturnas. Las hondonadas se volvían valles de la muertes y los pequeños arbustos tomaban formas de monstruos no referenciados en los significados de mi mente. Un simple canto de un búho podría ser la tonada maléfica de las brujas que acechaban el camino y un reptil buscando refugio, las pisadas de un duende, la patasola o la madremonte. En aquellos interminables metros de distancia para regresar a la casa descubría el beneplácito del terror y la grandilocuencia de la imaginación. Y aunque sentía un calor reconfortante cuando en medio de la penumbra se dibuja la casona, empezaba a contar las horas para poder regresar la siguiente noche en esa rutina. Después de hacer malabares para que mi madre no se enterara de mis escapadas, lograba meterme en la cama y no conciliaba el sueño hasta después de tratar inútilmente de ponerle rostro a eso seres maléficos que se cruzaban en mi camino. A veces soñaba que la detective de aquella serie televisiva me acompañaba de regreso y me ayudaba a recolectar evidencias y huellas de estos seres que también parecían ser “Cazadores nocturnos” Ahora entiendo aquello como mis primeros ejercicios intertextuales.
Ese recorrido entre mi mundillo real de la casa y el mundo mítico de mis primeros aletazos imaginativos, siempre estuvo unido por el puente mediático de un televisor. Lo importante no era lo que veía, sino no lo que lograba inventar potenciado por el discurso televisivo. Lo importante no era seguir el camino establecido sino el atajo, así se corriera el riesgo de ser “devorado” por alguno de esos seres re-creados. En esto pienso ahora cuando me enfrento a sofisma tan común: “La televisión es enemiga de la pedagogía”.
No recuerdo bien cómo descubrí la magia de la televisión, pero sí mi primera impresión (alienación dirán algunos cuyo prejuicio traspasa el tiempo) Recuerdo que bien entrada la noche, por un canal nacional emitían un programa cuyo título debió ser “El cazador nocturno”. Una historia detectivesca, con crímenes sin resolver y con una detective hermosa de por medio. El problema para mí y para mi novato descubrimiento, era que el televisor más cercano se encendía allá, dos kilómetros de mi anclaje. Existían dos caminos para llegar hasta la casa de mis medios primos y así poder disfrutar las escenas nocturnas. El primero era el convencional, una carretera sin pavimentar que tenía quiebres, esquinas y curvas; el segundo un atajo por una potrero cercado en ambos extremos, con algunos relieves bien marcados y pequeños bosquecillos de arbustos espinosos. Esa era mi ruta, la más corta, el atajo.
La serie detectivesca duraba una hora y empezaba a las 10:00 PM. La complicidad de esos primos me permitía suspender la respiración durante ese tiempo y luego salir de nuevo a casa, mientras el aire frío de la noche golpeaba mi rostro. El camino de retorno era lo más ficcional de esta historia. La ruta de regreso tenía a su paso el encantamiento del miedo discursivo de aquella serie, cruzado con el miedo místico de atravesar aquel paraje deformado por las tinieblas nocturnas. Las hondonadas se volvían valles de la muertes y los pequeños arbustos tomaban formas de monstruos no referenciados en los significados de mi mente. Un simple canto de un búho podría ser la tonada maléfica de las brujas que acechaban el camino y un reptil buscando refugio, las pisadas de un duende, la patasola o la madremonte. En aquellos interminables metros de distancia para regresar a la casa descubría el beneplácito del terror y la grandilocuencia de la imaginación. Y aunque sentía un calor reconfortante cuando en medio de la penumbra se dibuja la casona, empezaba a contar las horas para poder regresar la siguiente noche en esa rutina. Después de hacer malabares para que mi madre no se enterara de mis escapadas, lograba meterme en la cama y no conciliaba el sueño hasta después de tratar inútilmente de ponerle rostro a eso seres maléficos que se cruzaban en mi camino. A veces soñaba que la detective de aquella serie televisiva me acompañaba de regreso y me ayudaba a recolectar evidencias y huellas de estos seres que también parecían ser “Cazadores nocturnos” Ahora entiendo aquello como mis primeros ejercicios intertextuales.
Ese recorrido entre mi mundillo real de la casa y el mundo mítico de mis primeros aletazos imaginativos, siempre estuvo unido por el puente mediático de un televisor. Lo importante no era lo que veía, sino no lo que lograba inventar potenciado por el discurso televisivo. Lo importante no era seguir el camino establecido sino el atajo, así se corriera el riesgo de ser “devorado” por alguno de esos seres re-creados. En esto pienso ahora cuando me enfrento a sofisma tan común: “La televisión es enemiga de la pedagogía”.
22 comentarios:
a la vuelta de mi casa hubo la priemra tele en este sector, no recuerdo si se pagaba o no, solo que ibamos todos los niños y habian corridas de bancas y veiamos monitos
dejo suaves caricias
vine a releer la bases, mi sonteto lo tengo listo junto con los cuentos, ahora me aboco a lo que son las reglas, pero creo que tiene razon a alguien que lei, que no estaba de acuerdo con el requisito 7, era exactamente lo que pensaba hacer :)
y si acepto ese paseo por la playa creo que junto a ti, seria encantador
dejo suaves caricias
besitos mil
cuidese
Juaaaaa, Espero que no sea este el mismo cazador porque fue el único que encontré en los tutubos:
http://www.youtube.com/watch?v=EYYbS8iP5cs
Usted mi querido Carlos, es superior a todo ello... una mente que recrea es de gran poder... y usted, eso bien que lo ha demostrado.
Seré honesta... no soy de ver mucha TV... claro!, a menos que me interese mucho y eso, cierto tipo de canales... hoy en día, la mayoría me decepciona tanto porque la verdad, dejan ya muy poco a la imaginación.
Te quiero Carlitosssss desde...uyyy ya hace! :)
En este caso seria enemiga de de la pedagogia, pero potenciadora de la imaginacion.
Un saludo en la distante-cercanía de la actividad entre-red-tenida, la que hace que un blogger se sumerja y se asome al universo de lo poeticopolitico, sin dejar de lado el humor y la filiación por la vida.
Recuerdo un Tour de Francia como las primeras im�genes que v� en televisi�n, cuando acab� agarr� mi bicicleta y empec� a ganar etapas por las calles de mi barrio en una borrachera de imaginaci�n interminable.
Un saludo.
Suave cariciasssss
Pues bienvenido tu soneto, creo que durante ese paseo por la playa podrías entregarmelo, el soneto pues, y tal vez nadie se entere que violas el 7 reglamento
Un saludo cordial en blanco y negro
Bettina Perroni
Una poca asidua televidente, eso está bien, sobre todo con los argumentos que esbozas de no encontrar buenos contenidos...el dilema está en saber escoger de esa grand emanda actual del mundo concetado por el Cable, pero la gran mayoría asume un rol pasivo y no reconstruye el mensaje televisivo, más sin embargo, un televidente crítico puede transformar el discurso...
Gracias por tus siempre loables calificativos, que te son más que correspondidos
besos
Mazo
Uyyy, menos mal no era ese cazador -Hunter- enlatado el de mis primeras romerías o hubiese terminado mínimo como ministro de comunicación, jajajaja...
Estuve rastreando en la matrix y si se llamaba el cazador nocturno, pero hay pocas referencias, sólo que trabaja Mariluz la cantante y fue en los 80, época de mejores producciones televisivas en Colombia (se me sale lo romántico)
Saludos
Mahaya
Que bueno es saberte recargada, eso me alegra...
creo que si la TV es potenciadora de la imaginación no podría ser enemiga de la pedagogía, hay está el quiebre, por eso no la descalificó...
Un abrazo
Julio César Correa
Va un fuerte abrazo a ese saludo y a sus andazas virtuales en este rincón..veo que un nuevo diseño alberga su sitio y hasta linkeado estoy...
Seguiremos pues tejiendo complicidades, sobre todo literarias...
Un abrazo
Toro Salvaje
Pues me parece una fortuna poder iniciarse con imágenes del Tour y que vos hayas podido cabalgar a la par con esos "reyes" del pedal, la imaginación en verdad es la reina de las cualdiades humanas....
Un saludo
A mi casa llegó la televisión cuando yo tenía 3 años... y recuerdo que mis vecinos subían y se repartían por la sala, como en un cine, para ver los toros. Todo un acontecimiento, entonces :)
Un beso, Gamboa
Soy de ver poca televisión. Se salvan algunos documentales, series y programas de música. Pero la mayoría del tiempo ponen programas de famoseo, cotilleo. Y ahí es cuando la apago y me voy a leer un libro. :) Por cierto, interesante concurso de sonetos. Un beso grande, lindo!!
Tambien soy de poca televisión, soy mas dedicada a la lectura, o a diversas actividades mas productivas.
Caigo en el vicio de la pantalla solo cuando estoy enferma, en cama, y no tengo ganas de nada.
Besos miles :)
Valeria
Creo que la experiencia de la televisión en la edad primaria permite trabajar la remembranza de la construcción del mundo de la imágenes, como en tu caso...
Saludos
Sirena
El problema central de la televisión es que está vacía de contenidos, ¿Por qué nosotros no la dotamos de ellos?
Te animas a participar en el concurso? ahhhhhhhhhhh
Besos
Camistea personalizada
Extraño nombre para un bloguero...me gustaría tener una camiseta que dijera "No existo", pero alguien que no existe no puede mandar a estampar una camiseta, por lo tanto deduzca..
Princesa
Pues si estar enferma es disculpa para ver televisión deseo que en tu casa nunca se encienda uno...
Besos
la tv si que desataba la imaginación, aunque tal vez se debía a los programas que eran emitidos.
en todo caso, la imaginación es el mejor compañero de aventuras en la niñez, y conforme creces se convierte en un aliado para escapar de la rutina
Lo bueno es que, juzgando por tus escritos , aun conservas esa capacidad de imaginar grandes aventuras.
Para mi, era el abrigo y el sombrero de mi abuelo los que, colgados detras de la puerta del cuarto, adquirian vida al caer las sombras.
Querido Carlos, aún no logro saber si hay o no un plazo para la entrega del soneto...
me indicas?
Estupendo tu relato... para mi la tv es muy educativa, acompaña, entretiene.
Ahora bien, que haya mejores métodos de educación y entretención es otra cosa...
Un beso... me avisas lo del soneto ya?
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